Nos escandalizamos por las diferentes modalidades de violencia que se están manifestando a nivel mundial.
Nos enfocamos en el acto, pero muy pocas veces reflexionamos sobre el trasfondo: crianza, educación, modales, valores, reconocimiento de Dios y el respeto por la vida…
Cuando empezamos a justificar un comportamiento inadecuado en niños, jóvenes y/o adultos, dejamos de buscar soluciones, para ser parte del problema.
Un niño que grita, agrede y/o rompe no se le aplaude, ni se le celebra su comportamiento, sino más bien se le corrige y educa para que pueda manejar sus emociones.
A un niño pequeño que se le enseña que si le dan tiene que dar para atrás porque tiene que defenderse, lo estamos privando de herramientas para manejar la ira y las situaciones difíciles, que pueden ser de gran utilidad cuando llegue a la adultez.
Los pequeños son criaturas inocentes, que no tienen malicia ni maldad. Por eso vemos que pueden pelearse entre sí y luego comparten como si nada hubiera pasado. ¿Para qué sembrar en sus corazones el rencor y el deseo de venganza si hay otras maneras de manejar las diferencias?
Un joven que se cree con el derecho de: llegar tarde a la casa, no pedir autorización a sus padres o encargados y/o mantener una comunicación constante para dejar saber donde se encuentra, exigirle a sus padres que le provean lo que económicamente no le pueden ofrecer, adoptar vicios o adicciones, faltar el respeto y reclamar una independencia que no tiene la madurez de asumir en todos sus sentidos, necesita: corrección, reconocer y respetar la autoridad representada en sus padres.
Cuando soltamos nuestro rol como padres nos convertimos en parte del problema porque más que tratar de ser amigos de nuestros hijos y ser permisibles, debemos reconocer nuestra responsabilidad como adultos y su necesidad de dirección.
Cuando nos enfocamos en enseñarles a nuestros niños y jóvenes que su valor como persona lo define su ropa, sus zapatos, sus posesiones y la de sus padres, su clase social, su color, su género, sus calificaciones, su preparación académica y sus creencias, realmente estamos fomentando el desprecio por los que son diferentes y/o carecen de lo que ellos gozan.
¿Que pasará con ese niño cuando de adulto se enfrente a un fracaso, a una pérdida o una situación que lo ponga en desventaja? ¿Creerá que perdió su valor como ser humano? ¿Será capaz de reponerse y/o superar la situación?
Una sociedad sin orden, sin respeto, sin valores, sin adultos que guíen y velen por los más jóvenes, sin empatía y sin amor es como un campo de exterminio, un verdadero Holocausto…
La paz que tanto anhelamos en el mundo comienza en el hogar.
Escrito por: Norma Riera Fernández
Foto cortesía de: Norma Fernández Rodríguez
No hay comentarios.:
Publicar un comentario