Diario de una mariposa

Diario de una mariposa

sábado, 3 de diciembre de 2016

El Reencuentro


Nunca antes había estado tan atenta como ese día...

Decidí salir a caminar sola, pues todos estaban ocupados y sentía la necesidad de estar al aire libre.

Era una mañana soleada, bajo un cielo azul que invitaba a dar un paseo. Nunca he sido de las personas que disfrutan salir solas a la calle ya que estar en compañía me brinda seguridad y confianza, pero ese día decidí echar a un lado mi inseguridad.

Los últimos meses habían sido tan difíciles que sentía me faltaba el aire y pensé debía desconectarme de todo. Mientras andaba procuraba estar atenta a lo que ocurría a mi alrededor. Quería disfrutar cada detalle.

Un pajarito pasó muy cerca de mí para posarse sobre una flor hermosa y colorida. Parecía estar feliz de haberla encontrado.

El aire fresco acariciaba mi rostro con tanta delicadeza que me llenó de calma. Al pasar por una repostería pude disfrutar el exquisito aroma de un pastel que colocaban en la vitrina y tuve que detenerme a comprar un pedazo, acompañado de un rico café. Decidí llevármelo para buscar un lugar donde pudiera sentarme cómodamente a disfrutarlo.

La gente caminaba de prisa. Algunos estaban con el celular en sus oídos, otros escribían mensajes, unos pocos iban grabando y los demás caminaban mirando hacia adelante, con su cuello rígido, incapaces de voltear su mirada para ver a su alrededor.

Recuerdo cuando la gente socializaba más y procuraban que los demás reconocieran su presencia para tener la oportunidad de hablar, contar sus experiencias  y preguntar cómo les iba...

Lo importante es que no permití que nada me hiciera retroceder y continué en la búsqueda del espacio ideal para sentarme. Por fin tuve la oportunidad de encontrar un banco de hierro con tantos detalles que parecía haber sido elaborado por un amante del arte. Era color verde olivo y estaba bajo un árbol frondoso lleno de flores violetas. Era el lugar perfecto para disfrutar el café y el pedazo del exquisito pastel. 

Mientras disfrutaba de mi tiempo a solas pensaba cómo, en ocasiones, las preocupaciones, la ansiedad, la frustración, el coraje y la tristeza se apoderan de la mente humana cuando contamos con la capacidad de controlar y cambiar nuestra manera de reaccionar ante lo que nos ocurre.

Terminé el café y el pastel, pero decidí quedarme un rato más allí. Al mirar la vitrina de la tienda de enfrente pude identificar a una chica que hacía mucho tiempo no veía. Estábamos sentadas las dos, ella dentro de la tienda y yo fuera. Cuando vi que me sonrió decidí ponerme de pie y ella también lo hizo. ¡Wow, que alegría tan inmensa sentía en mi corazón!  Ella fue una gran amiga, como una hermana, y se veía tal como la recordaba. 

Salí corriendo hacia la vitrina y en cada paso me sentía libre y feliz. Hacía tanto tiempo que no me sentía así...

Al poner las palmas de mis manos en el cristal, ella también lo hizo. Nos bajaban lágrimas de alegría por nuestro rostro y comprendí que el sentimiento era recíproco. El cariño y la amistad no habían muerto sino que dejamos que las circunstancias de la vida nos alejaran.

Allí estábamos, llenas de vida, madurez, experiencia, alegría y seguras de nosotras mismas. El tiempo no había pasado en vano. Cuando me alejé de la vitrina para darle un abrazo, ella también se alejó.

Entré a la tienda, que vendía antigüedades, para buscarla pero no la encontré. Comencé a sentirme triste pero no permití que el sentimiento se apoderara de mí y tomé el control. Ella no había sido una ilusión, era tan real como yo.

Salí de la tienda y me encontré a una niña que estaba frente a la vitrina. Hacía muecas y se reía, se arreglaba su cabello largo y rizado, lo movía de un lado a otro, se arreglaba su traje rojo con encaje dorado, se ponía de lado y no dejaba de mirar por el cristal. Me acerqué a ella y pude darme cuenta de que se estaba mirando en un espejo, disfrutaba siendo ella misma.

¡Que increíble sorpresa! Esa niña me ayudó a descubrir que mi amiga del alma nunca se fue, siempre estuvo conmigo. Esa amiga y hermana era yo misma.

¿Cuándo dejamos de mirarnos al espejo? ¿Cuándo nos convertimos en seres irreconocibles? ¿Cuándo dejamos de amarnos y valorarnos por lo que somos? 

Pasamos la vida cumpliendo tantos roles que nos olvidamos de nosotros mismos.

No pertenecemos a nuestros padres, ni a nuestra pareja, tampoco a nuestros hijos y mucho menos a nuestros amigos. Llegamos solos a este mundo y así partiremos, por lo tanto somos lo que vemos en el espejo.

Necesitamos reconocernos, amarnos, respetarnos y vivir en armonía con nosotros mismos para poder hacerlo con los demás.

Coordinemos un reencuentro con nuestro ser y recuperemos lo que fuimos una vez...
  

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