De niños soñábamos con ser adultos. Creíamos que siendo “grandes” podríamos alcanzar la independencia, vestirnos como queríamos, tener lo que quisiéramos, salir a donde se nos antojara y convertirnos en lo que soñábamos ser…
En un abrir y cerrar de ojos crecimos, nos hicimos adultos y con esta etapa llegaron nuevas experiencias, cambios, retos, oportunidades y poco a poco nos fuimos alejando del niño (a) que fuimos…
Crecer es parte de la vida y la evolución es necesaria para poder adaptarnos a un mundo en constante cambio y poder seguir adelante. Sin embargo, a veces adoptamos un estilo de vida en el que apenas abriendo los ojos nos sentimos agitados, ajorados y mirando constantemente el reloj, tal como lo hacía el conejo en el cuento de: “Alicia en el país de las Maravillas”.
¿Cuando fue que echamos nuestra admiración y entusiasmo, por las cosas sencillas de la vida, en el baúl de los recuerdos y dejamos que el estrés del diario vivir, las cosas negativas y la maldad del mundo nos quitara la alegría de vivir?
¿Acaso es tan complicado o es que consideramos una pérdida de tiempo detenernos a observar y disfrutar un amanecer, deleitarnos con un hermoso atardecer, caminar a la orilla del mar, cerrar los ojos y dejar que los rayos del sol iluminen nuestro rostro y le brinden calidez a nuestra alma, esa que se ha ido congelando en un mundo tan frío por la carencia de amor, la ausencia de respeto por la vida y la falta de fe?
¿Qué mal podría hacernos si nos detuviéramos un momento a escuchar el canto de las aves, los coquíes en la noche, admirar el verdor del césped, la hermosura de las plantas, acariciar un animal indefenso, contemplar la luna y las estrellas en una noche oscura?
¡Cuánta paz podemos sentir, cuánta tranquilidad puede traer a nuestra mente, de cuánta gratitud puede llenarse nuestro corazón y cuánta energía podría recibir nuestro cuerpo si tan sólo contempláramos la naturaleza, el rostro de nuestros seres queridos y reconociéramos las bendiciones que tenemos!
Somos ricos, afortunados, capaces de ser felices, como lo fuimos de niños, pero poco a poco se nos ha olvidado…
Escrito por Norma Riera Fernández
Foto cortesía de Norma Fernández Rodríguez
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