Diario de una mariposa

Diario de una mariposa

domingo, 1 de mayo de 2022

Como el moriviví



Cierro los ojos y me remonto a mis años de infancia. Voy caminando muy contenta por una verdosa vereda que conduce a casa de mi bisabuela, Mamá Teresa, que en paz descanse. Siento la brisa fresca en mi rostro, observo el ganado a lo largo del camino y voy riendo con mis primos que al igual que yo van disfrutando el paisaje y el contacto con la naturaleza. ¡Que rico olor a campo! 


Recuerdo que en el trayecto me entretenía pisando unas plantas pequeñas que iban cerrando sus hojas por el contacto y luego desaceleraba el paso y miraba hacia atrás para ver cuando se abrían nuevamente. Esas plantas tan encantadoras las conocemos como: moriviví. 


Abro los ojos y confirmo que me encuentro en el tiempo presente. Ahora todo es tan distinto, sin embargo, siento gratitud por esos instantes de felicidad que viví en esa época…


Tras el diagnóstico de Lupus he tenido que enfrentar muchos retos que han afectado mi salud física y emocional. En ocasiones es difícil expresar cómo y qué siento porque muchas personas no comprenden lo que vive un paciente que tiene una condición crónica u alguna otra enfermedad o padecimiento con el que tiene que lidiar día a día. ¡Cuántas veces he tenido que aparentar que estoy bien para complacer a otros, para no “victimizarme” o para demostrar que a pesar de la condición soy capaz de alcanzar mis metas, de aprender cosas nuevas y ser funcional! 


Hay días en los que todo es más complicado, comenzando por levantarme y caminar. La fatiga crónica en muchas ocasiones se apodera de mí, haciéndome sentir como si hubiera corrido un 10k. En ocasiones los dolores y la inflamación dificultan el descanso, llevándome a un estado de desespero, tristeza y frustración. 


En esos días al llegar la noche le pido a Dios que me permita sentirme mejor al siguiente día y duermo con la esperanza de que así será. Hay ocasiones en las que al despertar se repite la historia del día anterior y tengo que ser compasiva conmigo misma, cultivando la paciencia, la fe y la esperanza de que en su momento mi salud y estado de ánimo mejorará. Tener la mente ocupada sea trabajando, estudiando, escribiendo o realizando alguna otra actividad ayuda mucho a sobrellevar los síntomas. Si hay que bajar la velocidad y la intensidad, se hace. Si la mente y el cuerpo necesitan descanso hay que hacerles caso y esto nada tiene que ver con tirar la toalla o rendirnos, sino de mantener un balance para tener una mejor calidad de vida. 


Cuando llegan los momentos y/o días de mejoría, me siento invencible, alegre, agradecida y hasta siento que no tengo la condición. Esos cambios en el estado de ánimo y la salud física me han permitido: estar más consciente de mi fortaleza en medio de la adversidad, ser más agradecida, reconocerme como un ser resiliente, ser más expresiva y valorar más la vida. 


Soy como el moriviví. En ocasiones los síntomas y las dificultades hacen que cierre mis hojas como mecanismo de defensa y de autoprotección. Y es que la vida nos lleva a un ritmo muy acelerado y nos hace pensar que estar en constante movimiento nos hace más útiles y productivos. Vamos corriendo como pollos sin cabeza para llegar a la meta sin saber si recibiremos recompensa o consecuencias…


Es entonces cuando llega la fatiga física y emocional. Nuestro cuerpo comienza a dar señales de alerta, nos obliga a hacer un alto y es que es necesario detenernos para despejarnos, cuidarnos, hacer silencio, descansar y sentirnos listos para enfrentar con fe y esperanza los retos que nos ponga la vida. 


Escribo desde mi experiencia, desde el dolor, pero también desde el alivio. Expreso lo que siento desde el llanto, pero también desde la risa. Nuestro cuerpo, condiciones de salud, limitaciones y/o circunstancias no nos definen. Nuestro valor y quiénes somos lo determinan nuestra alma y el corazón. 


Montada en esta montaña rusa aprovecho la altura para levantar mis manos, cerrar los ojos, abrir mis labios y gritar con alegría y gratitud que estoy viva. Cuando toca bajar reflexiono sobre lo que siento y espero con paciencia a que el cuerpo y la mente se recuperen. 


Es injusto para nosotros mismos pensar que estamos condenados, que nos pasa lo peor, que tenemos mala suerte o que somos desdichados por las situaciones difíciles que nos toca vivir. Todos tenemos retos pues la vida es imperfecta, pero cada uno de nosotros tiene la capacidad de hacer lo mejor posible con lo que le ha tocado. 


Si viviéramos conscientes de que cada ser humano, con sus luchas, virtudes y defectos, tiene el derecho de buscar y recoger en el camino aquello que le sirva para vivir mejor y ser feliz, seríamos más empáticos, más cooperadores y mejores personas.


La vida no es una competencia, no se trata de quién es el mejor o a quién le va peor. Cada uno desde su percepción y criterio propio define aquello que le hace sentir bien o mal. No podemos restarle valor, atención o importancia a lo que nos afecta por cómo opinan los demás. Si algo te hace feliz, celébralo, es tu logro, es tu momento de sentirte agradecido y bendecido. Si algo te causa dolor, tristeza, coraje o frustración no permitas que otro te haga sentir que exageras o que su situación es peor que la tuya, sólo busca la mejor manera de manejar la situación y no pierdas la esperanza. Nada en esta vida es eterno, todo pasa…


Dedicado a los pacientes de Lupus en el mes de concientización de la condición. 


Escrito por Norma Riera Fernández